Es completamente cierto lo que afirma el Génesis: Dios expulsó del Paraíso a Adán y Eva por haber comido del fruto por el que discernirían entre el bien y del mal; o sea, por el fruto del conocimiento. ¡NO POR SEXO!
Desde sus inicios la Iglesia católica prohibió los libros científicos; se desmantelaban los laboratorios de investigación; se quemaban en la hoguera a los herejes que practicaran la disección de cadáveres, que permitía el conocimiento de la anatomía humana; y tal fue la opresión para retener el Poder que los investigadores que manifestaran teorías científicas en franca contradicción a los escritos bíblicos eran llevados a la cámaras de tortura; este fue el caso -entre tantos otros- del científico Galileo Galilei, quién perfeccionó el telescopio para sus observaciones astronómicas, y en 1.624 hizo público sus teorías sobre el Sol y la rotación de los planetas, en base al Sistema Planetario ya descrito por Copérnico. Galileo fue llevado a Roma ante los Tribunales de Inquisición, acusado por el Papa por actos “graves de Herejía”; sus libros fueron quemados, la condena fue leída en todas las universidades, y por instrucciones del Papa fue sentenciado a cadena perpetua.
En un intento desesperado por mantener a la población sumisa en la ignorancia y la manipulación religiosa, la Iglesia y la Monarquía, los máximos monopolizadores del PODER y sus beneficios, condenaban las ciencias y el conocimiento; y precisamente en estos dos aspectos, que son propios de la naturaleza humana, se fundamentaba la evolución pensante del estudiante, del científico, del escritor, en fin, de todo ser racional con una visión intelectual libre.